Los cinco principales
Primer periplo del día: Esta mañana tuve que correr los diez metros lisos en el andén de la estación del metro de Maragall para alcanzar el último vagón del convoy. Un tibio y pegajoso sudor estremeció mis piernas al contacto con los tejanos nuevos (comprados en las Rebajas). Inconvenientes de apurar la salida de casa, quizás todo venga por esa falta de entusiasmo, cada día vuelta a empezar. Con el latido de las canciones de Ute Lemper golpeándome las venas (Punishing Kiss) y el sabor del café todavía en el paladar, me enfrento una mañana más a la primera constatación del día: no viajo solo pero como si lo hiciera. ¡Vaya pandilla de pringaos!
Hubo un tiempo en que me creía inmune y, sobre todo, ajeno a lo que ocurriera en el mundo que no fuera pura ficción. Actitud y condición de toda infancia que se precie. Pensar en la “no ficción”, es decir en ese rollo que llamaban realidad era cosa de los otros, de los que pasaban del metro cincuenta. Luego siguió el truco barato (la trampa) de conseguir un buen papel en la fase de adulto, esa comedia de la que el propio Shakespeare se cagaría en los calzones. El tramo final de tan desventajosa carrera es patético; envejecer es la mayor cabronada jamás inventada. Porque la vejez no es solamente el deterioro físico y mental, sino una edad mezquina y resabiada en la el mundo vuelve a ser cosa de otros. Es la edad, además, en la empezamos a olvidar, cristalizándose ese olvido en el peor y más cruel de los verdugos. Ya lo dijo una escritora tan notable como Maria Mercè Roca: “Mentres recordem, vivim; quan oblidem és que ja som una mica morts.” . Es decir, si Dios existiera habría que echarlo a patadas del Universo.
Pero no todo son desgracias. Con razón dicen que Einstein que Dios no juega a los dados, porque de ser así al que ya habrían echado a patadas del Universo sería a mí. Esto va porque por fin han echado en el Plus “High Fidelity”, de Stephen Frears, una de mis películas de la isla desierta. Que nadie se preocupe en buscar la novela de Nick Hornby. Está descatalogada. Sí, lo adivinaste, yo soy uno de esos capullos, medio señor, medio frikie, que se ha juramentado en no leer jamás a Stieg Larson y que perseguirá toda la vida “High Fidelity” de Nick Hornby
Hubo un tiempo en que me creía inmune y, sobre todo, ajeno a lo que ocurriera en el mundo que no fuera pura ficción. Actitud y condición de toda infancia que se precie. Pensar en la “no ficción”, es decir en ese rollo que llamaban realidad era cosa de los otros, de los que pasaban del metro cincuenta. Luego siguió el truco barato (la trampa) de conseguir un buen papel en la fase de adulto, esa comedia de la que el propio Shakespeare se cagaría en los calzones. El tramo final de tan desventajosa carrera es patético; envejecer es la mayor cabronada jamás inventada. Porque la vejez no es solamente el deterioro físico y mental, sino una edad mezquina y resabiada en la el mundo vuelve a ser cosa de otros. Es la edad, además, en la empezamos a olvidar, cristalizándose ese olvido en el peor y más cruel de los verdugos. Ya lo dijo una escritora tan notable como Maria Mercè Roca: “Mentres recordem, vivim; quan oblidem és que ja som una mica morts.” . Es decir, si Dios existiera habría que echarlo a patadas del Universo.
Pero no todo son desgracias. Con razón dicen que Einstein que Dios no juega a los dados, porque de ser así al que ya habrían echado a patadas del Universo sería a mí. Esto va porque por fin han echado en el Plus “High Fidelity”, de Stephen Frears, una de mis películas de la isla desierta. Que nadie se preocupe en buscar la novela de Nick Hornby. Está descatalogada. Sí, lo adivinaste, yo soy uno de esos capullos, medio señor, medio frikie, que se ha juramentado en no leer jamás a Stieg Larson y que perseguirá toda la vida “High Fidelity” de Nick Hornby
Así pues, mientras me entero por el periódico de que no son los persas (a miles, a centenares de miles) sino las llamas las que están cercando Atenas, y me quedo impresionado ante la fotografía del Partenon, todavía iluminado con las llamas al fondo, y se me pasa por la cabeza si al final el loqueras de Nietzsche tenía razón después de todo con el rollo del eterno retorno, enchufo el aire acondicionado y me dispongo a que Rob Gordon (John Cusack) me cuente su vida, sus cinco rupturas principales, las cinco caras A de sus singles principales, las cinco cosas que más le apabullan de Laura, el amor de su vida, la quinta y última ruptura: ese extraño movimiento de sus pies mientras duerme a su lado… Mejor eso que su última y extravagante ocurrencia: reordenar todos sus vinilos por orden cronológico, pero no cronológico por lo que respecta a la fecha de edición del disco, sino de sus propias experiencias vitales… ¡Esto es melomanía y desesperación y lo demás son historias!
Etiquetas: crónicas
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