2.8.08

La calle era una fiesta

Salía de casa, tan tranquilo, una mañana de verano, finales del mes de julio para ser un poco más concretos, bajo un sol lacerante y un calor que te cagas.
Salía el probo ciudadano, pues, a echar un montón de cartones al container de color azul (sí, el de papel y derivados, el de la boca de buzón) situado justo en el cruce con Cartagena. De tal guisa, iba introduciendo mis cartones y periódicos viejos entre las duras hebras de su “cepillo” y, sea por prisa o despiste, o por las dos cosas a la vez, resultó que, tras los cartones y el papel, también se me deslizaron de los dedos las llaves de casa.
- ¡Maldición!
Exclamé, junto con algunas obscenidades más, del todo proporcionadas al fiasco. Nada más patético que un individuo peleándose consigo mismo. Nada menos caballeroso.
- ¿Y qué hago ahora?
Me pregunté. Sin llaves y sin móvil no soy nadie. Un extraño en mi propio barrio. Me asomé a las profundidades del recipiente, arañándome la cara con las puntas del “cepillo”. Estaba casi vacío, afortunadamente. ¿Afortunadamente? Pero… ¿Quién puede hablar de fortuna en casos como éste? Cuando la gente ya empieza a mirarte como si fueras un delincuente.
Haciendo oídos sordos a tanta mirada inquisitiva, estudié detenidamente la posibilidad de meterme dentro, recoger mis preciosas llaves y volver a mi lugar de origen. Una temeridad, además de una maniobra técnicamente improbable. Ver a un hombre literalmente tragado por las fauces de un icono de salvemos el mundo sería un espectáculo de tal magnitud que alarmaría al barrio entero. O lo que es peor: el ridículo sería espantoso.
El cerrajero se negó rotundamente a meterse en aquel agujero.
- Esta parte del trabajo le toca a usted – dijo con la firmeza de un representante sindical.
Llamamos al 010:
- No se preocupe. Es usted un hombre con suerte – me dijo la operadora. Esta noche pasa el camión de recogida.
Decididamente era mi día de suerte. No iba a esperar solo. El cerrajero se quedó plantado dispuesto a percibir su remuneración, cayera granizo o elefantes blancos. Bien. Al menos tendría alguien con quien charlar, pensé. Y es que a veces uno se encuentra con un amigo en el momento más inesperado. Incluso llegamos a contarnos historias de la mili, porque el camión tardó diez horas en llegar. De nada sirvió mis promesas de hacerle una transferencia o enviarle un cheque, la crisis es la crisis…
- Además, no tengo otra cosa mejor que hacer – me dijo finalmente, apiadándose de mí.
A estas alturas la calle era una fiesta. Y es que un hombre sin llaves, ni móvil, ni billetero no es nadie. Un extraño en su propio barrio. O en cualquier otra parte.

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2 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

m'agradaria que visitesis www.myspace.com/lamagaielclub
i ja em diras que et sembla.
necessitarem que sigueu molts.
gràcies

11:36 p. m.  
Blogger Cronopio ha dicho...

Fantàstic!
I jo que havia perdut l’esperança de trovaros!
La web em sembla d’allò més fantàstica
Per descomptat, ens veurem (o, al menys, jo us veuré) al novembre al Romea
A banda de la publicació al meu modestíssim blog, hi ha alguna altra manera de difondre la vostre web?

9:16 p. m.  

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