Bustamante
En el curro yo era el “segundo de a bordo”, es decir, el ayudante del “Jefe”, que no era exactamente el jefe, sino el ayudante del encargado o similar. En aquel almacén faltaban estanterías metálicas y sobraba cualquier atisbo de organigrama, pero el sentido de la jerarquía es como una mancha de aceite, se expandía hasta los límites más recónditos. “Mi Jefe” era Bustamante. Juntos descargábamos camiones y trailers procedentes de Alemania y Holanda, y también de Bélgica y Luxemburgo (que antes se llamaban el Benelux, como el desodorante). Llegaban repletos de material de construcción, estructuras metálicas, cañerías y grifería, el material más pesado del mercado. Nosotros no fabricábamos ni un tornillo. “Somos distribuidores”, decía ufano el Jefe del ayudante. Bustamante era un cretino, siempre anunciaba “Viene un camión de los Países Bajos” y a Contreras le daba la risa porque le recordaba, decía, a las viejas cuando hablan de que a fulanita la han operado de abajo. Mientras tanto, yo le daba a la petaca, aunque un trago me sabía a poco y sólo cuando me cepillaba la petaca entera empezaba a ver las cosas con un cierto optimismo. Sin embargo, la petaca ya no enroscaba bien, y siempre acababa manchándome los pantalones, así que parecía que me había orinado encima.
- Te has meado encima, so guarro.
Me soltaba Bustamante, con sus piernas arqueadas de jinete picador sin pica ni caballo. Bustamante hacía tiempo que me buscaba las cosquillas. Además, se pasaba todo el día colgado de su canuto y nunca invitaba, una descortesía inaceptable desde mi punto de vista, máxime cuando yo siempre le ofrecía de mi petaca. Me miraba a través de la neblina, de sus ojos sucios y afantasmados y se hacía el ausente. Y cada dos por tres me tocaba descargar todo el camión porque él ya estaba contándole su vida a las cañerías de la estantería 24, cuarto palé a la derecha, su butaca preferida. Aunque lo que más me molestaba de Busta eran sus cuescos. De aquí saqué mi particular teoría general sobre el origen de las especies y del Universo en particular: el famoso Bing Bang fue un pedo de Dios, el gran pedómano. Una llufa de las que llaman con rabo: la que empieza fino y termina con porra y huele mal. También se la tiran los electricistas mientras te reparan la instalación para las nuevas lámparas halógenas, los municipales, los funcionarios y las amas de casa en su habitual ronda en el Super. Reflexiones profundas como ésta me hacían sentir como CASI HEMINGWAY echándose un cuesco mientras disparaba contra los elefantes.
Así que un buen día se me cruzaron los cables y le aticé a Bustamante con un tubo del dieciocho. Si hubiera cogido uno del nueve seguramente la cosa habría quedado en una minucia, apenas tres puntos en el ambulatorio y ahora no estaría contándoles esto desde la cola del paro y con una citación judicial en el bolsillo por agresión con agravante de premeditación y alevosía, pero con uno del dieciocho no podía albergar excesivas esperanzas. Un reguero de sangre negruzca se le enroscó por la oreja hasta formar un pequeño y mísero charco. Suficiente para llevarlo a la Unidad de Cuidados Intensivos pero no lo bastante como para acabar en el tanatorio. Yo, francamente, esperaba una sangría al estilo de La Matanza de Texas, pero de eso nada, demasiadas películas. La realidad siempre es así, descorazonadora, nunca está a la altura de lo que se espera de ella.
- Te has meado encima, so guarro.
Me soltaba Bustamante, con sus piernas arqueadas de jinete picador sin pica ni caballo. Bustamante hacía tiempo que me buscaba las cosquillas. Además, se pasaba todo el día colgado de su canuto y nunca invitaba, una descortesía inaceptable desde mi punto de vista, máxime cuando yo siempre le ofrecía de mi petaca. Me miraba a través de la neblina, de sus ojos sucios y afantasmados y se hacía el ausente. Y cada dos por tres me tocaba descargar todo el camión porque él ya estaba contándole su vida a las cañerías de la estantería 24, cuarto palé a la derecha, su butaca preferida. Aunque lo que más me molestaba de Busta eran sus cuescos. De aquí saqué mi particular teoría general sobre el origen de las especies y del Universo en particular: el famoso Bing Bang fue un pedo de Dios, el gran pedómano. Una llufa de las que llaman con rabo: la que empieza fino y termina con porra y huele mal. También se la tiran los electricistas mientras te reparan la instalación para las nuevas lámparas halógenas, los municipales, los funcionarios y las amas de casa en su habitual ronda en el Super. Reflexiones profundas como ésta me hacían sentir como CASI HEMINGWAY echándose un cuesco mientras disparaba contra los elefantes.
Así que un buen día se me cruzaron los cables y le aticé a Bustamante con un tubo del dieciocho. Si hubiera cogido uno del nueve seguramente la cosa habría quedado en una minucia, apenas tres puntos en el ambulatorio y ahora no estaría contándoles esto desde la cola del paro y con una citación judicial en el bolsillo por agresión con agravante de premeditación y alevosía, pero con uno del dieciocho no podía albergar excesivas esperanzas. Un reguero de sangre negruzca se le enroscó por la oreja hasta formar un pequeño y mísero charco. Suficiente para llevarlo a la Unidad de Cuidados Intensivos pero no lo bastante como para acabar en el tanatorio. Yo, francamente, esperaba una sangría al estilo de La Matanza de Texas, pero de eso nada, demasiadas películas. La realidad siempre es así, descorazonadora, nunca está a la altura de lo que se espera de ella.
Texto: Arturo Montfort
Etiquetas: relatos
2 comentarios:
Lástima que no la palme. Sería entonces digno del "Crímenes ejemplares" de Max Aub.
Saludos, Popaul
Jajaja, muy bueno, por ganas no sería. Definitivamente, este pobre autor es demasiado piadoso.
Un abrazo
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio