Bajo la luz de la tormenta
Cuando murió mi padre, en casa se perdió la mesa del comedor, situada en un acogedor rincón frente a la ventana que da a la calle. En los últimos años ese era su “despacho”. Desde allí me requería, no más llegar, para platicar, y también allí era donde jugaba al dominó con su nieto. Como todo abuelo que se precie, el muy bribón siempre se dejaba ganar.
Ese rincón fue como si se clausurara. Nuca volvió a cobrar vida.
Parecía una escena que iba a durar toda una vida. Muy bien dibujada, eso sí. Pero acabó siendo sólo un sueño.
Mi madre no ha conseguido ocupar ese espacio. Congenia con el tiempo en el sofá y con el "tomate". Aparte de eso apenas queda lugar para los incompletos graffiti de su memoria y algún que otro rencor sobredimensionado por la senilidad, sobre todo los que atañen a su triste infancia. Así que nos hemos quedado a la mitad, aunque aquí las matemáticas fallan: siempre es menos que la mitad y, en esta ocasión, mucho menos. Además, las personas de su generación casi nunca hablan de sus muertos. Ese espacio forma parte del pudor que les caracteriza y, lo peor de todo es que los recuerdos se borran y apenas dejan un rastro de polvo de tiza, como en las antiguas pizarras de los colegios. Y lo de menos es esa especie de competitividad necrológica en comparar su edad con la de los fallecidos de cada día, pertenezcan al grupo de los “famosos” de la tele o a los del vecindario.
Pero todo esto no tiene nada que ver con la Navidad, o al menos así lo creo yo, aunque puede que ande equivocado.
Porque la niebla que me invade cada vez que entro en esa casa que una vez fue la mía, nunca falla, y, además, siempre llueve sin cesar. La casa está fría y las luces apagadas en un acto reflejo del ahorro secular que se remonta a la penuria de la posguerra. Las cortinas siempre corridas, impidiendo que entre el sol.
“El tiempo es un caballero, dijo un sabio. O alguna mujer vieja o cansada, quién sabe”, afirmaba uno de los personajes de Raymond Carver. Yo, la verdad, no sé todavía si es un caballero o una excusa, aunque más bien me decantaría por la idea de que es un barrendero sin escrúpulos.
Lo que sí sé es que, si a los catorce años el tiempo es interminable, ahora se me ha vaciado de golpe. Es como si me hallara en la séptima vida de un gato. Ninguna sensación de que queda algo por hacer que no sea repetir los mismos caminos, los mismos pensamientos.
Sí. Ahora – como diría el poeta Manuel Rivas – ahora sí puedo marchitarme en la verdad. O en la mentira, vete a saber. O al menos así lo creo yo, aunque, repito e insisto, puede que ande equivocado.
Fotografía de Marcelo Aurelio: Bajo la luz de la tormenta
27 de Septiembre de 2005
por photo friday, por el cielo, Nocturama
http://www.arte-redes.com/nocturama/?p=470
Ese rincón fue como si se clausurara. Nuca volvió a cobrar vida.
Parecía una escena que iba a durar toda una vida. Muy bien dibujada, eso sí. Pero acabó siendo sólo un sueño.
Mi madre no ha conseguido ocupar ese espacio. Congenia con el tiempo en el sofá y con el "tomate". Aparte de eso apenas queda lugar para los incompletos graffiti de su memoria y algún que otro rencor sobredimensionado por la senilidad, sobre todo los que atañen a su triste infancia. Así que nos hemos quedado a la mitad, aunque aquí las matemáticas fallan: siempre es menos que la mitad y, en esta ocasión, mucho menos. Además, las personas de su generación casi nunca hablan de sus muertos. Ese espacio forma parte del pudor que les caracteriza y, lo peor de todo es que los recuerdos se borran y apenas dejan un rastro de polvo de tiza, como en las antiguas pizarras de los colegios. Y lo de menos es esa especie de competitividad necrológica en comparar su edad con la de los fallecidos de cada día, pertenezcan al grupo de los “famosos” de la tele o a los del vecindario.
Pero todo esto no tiene nada que ver con la Navidad, o al menos así lo creo yo, aunque puede que ande equivocado.
Porque la niebla que me invade cada vez que entro en esa casa que una vez fue la mía, nunca falla, y, además, siempre llueve sin cesar. La casa está fría y las luces apagadas en un acto reflejo del ahorro secular que se remonta a la penuria de la posguerra. Las cortinas siempre corridas, impidiendo que entre el sol.
“El tiempo es un caballero, dijo un sabio. O alguna mujer vieja o cansada, quién sabe”, afirmaba uno de los personajes de Raymond Carver. Yo, la verdad, no sé todavía si es un caballero o una excusa, aunque más bien me decantaría por la idea de que es un barrendero sin escrúpulos.
Lo que sí sé es que, si a los catorce años el tiempo es interminable, ahora se me ha vaciado de golpe. Es como si me hallara en la séptima vida de un gato. Ninguna sensación de que queda algo por hacer que no sea repetir los mismos caminos, los mismos pensamientos.
Sí. Ahora – como diría el poeta Manuel Rivas – ahora sí puedo marchitarme en la verdad. O en la mentira, vete a saber. O al menos así lo creo yo, aunque, repito e insisto, puede que ande equivocado.
Fotografía de Marcelo Aurelio: Bajo la luz de la tormenta
27 de Septiembre de 2005
por photo friday, por el cielo, Nocturama
http://www.arte-redes.com/nocturama/?p=470
Etiquetas: crónicas, fotografía
2 comentarios:
Querido Morsa:
Acudo diariamente a este tu blog, pero sin ver novedades. Como no nos tienes acostumbado a esta sequía, uno se hace preguntas.
Señálese la correcta:
a/ Pachucho, y pogas ganas de escribir.
b/ Viaje que corta la comunicación bloguera
c/ Incidencia técnica (informática)
d/ Integración total laboral, que ha obligado a desplazar otras ocupaciones.
???
Respuesta correcta: “a”
Motivos: se explicarán por vía privada
Un abrazo
cronopio atacado y devorado por las malditas “famas”)
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