SwingSet París
Bien empezamos. Y ahora, díganme, ¿por dónde continuamos o reempezamos esto?
Empecemos, pues, por la luminosa construcción de un “argumento” narrativo, basado principalmente en uno de los capítulos del libro, al que Quim Lecina saca petróleo con una tempo que a mí, personalmente, me sorprendió - y en momentos me emocionó- por su desarrollo y, a la vez, por su eficaz solapamiento con el otro “argumento”, el musical, a cargo de Ángel Molas.
Conjunción en el que todo encaja con la fluidez que tanto hemos echado en falta en otras recientes adaptaciones y reajustes de la obra de Cortazar. Si a esto sumamos el derroche de ardor, vehemencia y convicción, la llama, en definitiva, del Lecina narrador, no podemos menos que dejarnos caer por el París de finales de los 50, en un tal barrio de St. Germain-des-Prés, en el interior de una buhardilla o cuchitril lleno de humo, jazz y voces roncas por el vodka y el desorden, “el desorden en que vivíamos – cuenta Oliveira -, es decir el orden en que un bidé se va convirtiendo por obra natural y paulatina en discoteca y archivo de correspondencia por contestar”. Y si la dirección musical de Àngel Molas consigue huir de la geometría fácil del centro consiguiendo que canciones como “Get Back”, “Jazz Me Blues” y “Mamie’s Blues” suenen a gloria y, consecuentemente, que uno, anclado en el despiste del olvido, de vuelta a casa, rebusque entre el maremagnum de cedés hasta encontrar el disco-libro “jazzuela” con las mismas cosquillas en los dedos de quien busca y abre la caja de Pandora.
Continuemos, pues, con la Maga contándole a Horacio la vez que la violó el negro del Conventillo
Por Andrea Fantoni tomándole y devolviéndole la palabra (y el pulso) a Horacio, jugando al juego de las verdades y mentiras como un caballo de ajedrez que se mueve como una torre que se mueve como un alfil. Con él y con Osito Gregorovius (“en el fondo –dijo Gregorovius-, París es una enorme metáfora") y, en definitiva con los muchachos del Club de la Serpiente, apoyando su linda cabecita en el hombro de Sergio, el saxo alto, mezclando las palabras como si ojeara un álbum de fotos o viera una película de Fritz Lang, las palabras una tras otra rellenando el vacío y en las que saxo es sexo, jazz es blues y el vaso de vodka y el tercer cigarrillo del insomnio la prolongación natural de sus dedos nerviosos, y todo eso cuando probablemente Andrea, la Maga, era la única del Club que vivía el presente de indicativo, y así lo expresaba cuando afirmaba: "¿A qué le llama tiempos viejos usted? A mí todo lo que me ha sucedido ayer, anoche a más tardar". A lo que Horacio respondía: "Swing, ergo soy".
Por Laia Porta, Miss Bessie Smith, que la emprende con ”Empty Bed Blues” y toma castaña, ya la enredamos otra vez…
Porque entonces el trombonista Víctor González se descuelga cantando con su voz, menos gruesa (o grave) que la de Big Hill Broonzy, pero igual de efectiva, por no hablar de su entrañable empaque y frescura, “Get Back” y entonces es el acabose, Pep Rius cambia el contra por la guitarra y Sergio Fructuoso se marca un solo con su saxo barítono ante la fila uno y acaba sacándose el sombrero, cuando eso es lo que tendríamos que hacer nosotros, sacarnos el sombrero ante el solo de trompeta de Miquel Donat. Y no digamos cuando todo el Club de la Serpiente, de la mano de la SwingSet le hace coro a González con su “¡Get Back, Get Back, Get Back!”, momento para morirse, si no fuera que, sin dejar de respirar y no mucho más tarde vuelven a la carga con la mándala de Earl Hines, es decir, con “I Ain’t Got Nobody”. Entonces no es para morirse, es que hasta los muertos de la última fila del último vodka del último cigarrillo de la noche de la última astracanada se levantan de sus cenizas para poder volver a morirse de risa, y así no sé cuantas veces más…
Por la Maga, en definitiva, dándole un empujoncito al azar, acariciándole los oídos y la vista - ella a quién tanto le gusta que le acaricien el pelo - al espectador del Primero Segunda que, el pobre no sabe lo que se le viene encima, mientras cae la lluvia sobre la claraboya. En fin, literatura.
Empecemos, pues, por la luminosa construcción de un “argumento” narrativo, basado principalmente en uno de los capítulos del libro, al que Quim Lecina saca petróleo con una tempo que a mí, personalmente, me sorprendió - y en momentos me emocionó- por su desarrollo y, a la vez, por su eficaz solapamiento con el otro “argumento”, el musical, a cargo de Ángel Molas.
Conjunción en el que todo encaja con la fluidez que tanto hemos echado en falta en otras recientes adaptaciones y reajustes de la obra de Cortazar. Si a esto sumamos el derroche de ardor, vehemencia y convicción, la llama, en definitiva, del Lecina narrador, no podemos menos que dejarnos caer por el París de finales de los 50, en un tal barrio de St. Germain-des-Prés, en el interior de una buhardilla o cuchitril lleno de humo, jazz y voces roncas por el vodka y el desorden, “el desorden en que vivíamos – cuenta Oliveira -, es decir el orden en que un bidé se va convirtiendo por obra natural y paulatina en discoteca y archivo de correspondencia por contestar”. Y si la dirección musical de Àngel Molas consigue huir de la geometría fácil del centro consiguiendo que canciones como “Get Back”, “Jazz Me Blues” y “Mamie’s Blues” suenen a gloria y, consecuentemente, que uno, anclado en el despiste del olvido, de vuelta a casa, rebusque entre el maremagnum de cedés hasta encontrar el disco-libro “jazzuela” con las mismas cosquillas en los dedos de quien busca y abre la caja de Pandora.
Continuemos, pues, con la Maga contándole a Horacio la vez que la violó el negro del Conventillo
Por Andrea Fantoni tomándole y devolviéndole la palabra (y el pulso) a Horacio, jugando al juego de las verdades y mentiras como un caballo de ajedrez que se mueve como una torre que se mueve como un alfil. Con él y con Osito Gregorovius (“en el fondo –dijo Gregorovius-, París es una enorme metáfora") y, en definitiva con los muchachos del Club de la Serpiente, apoyando su linda cabecita en el hombro de Sergio, el saxo alto, mezclando las palabras como si ojeara un álbum de fotos o viera una película de Fritz Lang, las palabras una tras otra rellenando el vacío y en las que saxo es sexo, jazz es blues y el vaso de vodka y el tercer cigarrillo del insomnio la prolongación natural de sus dedos nerviosos, y todo eso cuando probablemente Andrea, la Maga, era la única del Club que vivía el presente de indicativo, y así lo expresaba cuando afirmaba: "¿A qué le llama tiempos viejos usted? A mí todo lo que me ha sucedido ayer, anoche a más tardar". A lo que Horacio respondía: "Swing, ergo soy".
Por Laia Porta, Miss Bessie Smith, que la emprende con ”Empty Bed Blues” y toma castaña, ya la enredamos otra vez…
Porque entonces el trombonista Víctor González se descuelga cantando con su voz, menos gruesa (o grave) que la de Big Hill Broonzy, pero igual de efectiva, por no hablar de su entrañable empaque y frescura, “Get Back” y entonces es el acabose, Pep Rius cambia el contra por la guitarra y Sergio Fructuoso se marca un solo con su saxo barítono ante la fila uno y acaba sacándose el sombrero, cuando eso es lo que tendríamos que hacer nosotros, sacarnos el sombrero ante el solo de trompeta de Miquel Donat. Y no digamos cuando todo el Club de la Serpiente, de la mano de la SwingSet le hace coro a González con su “¡Get Back, Get Back, Get Back!”, momento para morirse, si no fuera que, sin dejar de respirar y no mucho más tarde vuelven a la carga con la mándala de Earl Hines, es decir, con “I Ain’t Got Nobody”. Entonces no es para morirse, es que hasta los muertos de la última fila del último vodka del último cigarrillo de la noche de la última astracanada se levantan de sus cenizas para poder volver a morirse de risa, y así no sé cuantas veces más…
Por la Maga, en definitiva, dándole un empujoncito al azar, acariciándole los oídos y la vista - ella a quién tanto le gusta que le acaricien el pelo - al espectador del Primero Segunda que, el pobre no sabe lo que se le viene encima, mientras cae la lluvia sobre la claraboya. En fin, literatura.
Versus teatre de Barcelona (www.versusteatre.com): La Maga i El Club de la Serpiente, por Quim Lecina & SwingSet amb Andrea Fantoni i Laia PortaDel 4 al 22 de diciembre de 2007Ilustración. Mariana Baizán: El perseguidorMariana Baizán (1975) es artista plástica e Ilustradora Freelance, nacida en Mendoza, Argentina.Este dibujo pertenece a su serie “Ilustraciones de Cortazar” publicadas en la Revista Literatuyahttp://www.literatuya.com/otras-literaturas/cortazar-1.htm
Etiquetas: Cronopios y Famas, música
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