1.12.07

Filósofos y plebeyos

No se obsesionen con el tema, ni caigan en el error de la interesada (por ambas partes) polémica sobre si somos gen o circunstancia. Que nadie se sienta culpable por tomar el Prozac o hacer yoga, ni hagan caso de los que presuman de lo uno o lo otro. En definitiva, no se lleven a engaño: son ustedes unas personas absolutamente normales. Si entendemos por normalidad, claro está, esta situación de espacio – tiempo (pero, sobre todo, de tiempo) en el que el universo empieza a reducirse ostensiblemente y el ser humano sigue sin darse por enterado. Porque su orfandad está más allá de cuestiones tan prosaicas como éstas. Sus miserias provienen de más allá de las estrellas. Porque las estrellas se apagan, o peor que eso, desaparecieron hace tiempo (miles de millones de años) y lo que vemos es sólo su luz viajando por un espacio curvo, un espacio doblado, con la misma facilidad con la que se dobla un folio para convertirlo en una cuartilla.
Y todavía peor (o mejor) que todo eso. Llegará un momento en que la “dejación” gravitatoria se volverá en su contra y acabará esfumándose. Desapareciendo. Y todos nosotros, o nuestros descendientes, con ellas. Como en un acto de magia, pues… ¿Qué es todo esto, sino un perfeccionado truco de magia que, generación tras generación, y desde antes de los faraones, todos hemos convenido en simular como real?
El envejecimiento es, pues, un paulatino deterioro físico y mental - más lo primero que lo segundo, aunque todo se andará –, nada comparable con el proceso de autodestrucción de nuestra propia identidad, y menos todavía con la del cosmos, si es que podemos llamar así a ese magma abstracto sin forma ni tiempo. Un proceso que desde nuestra experiencia y percepción se extiende a una mejor comprensión de la vacuidad de la existencia tal como la percibimos. De la vida, si quieren. Maldita vida ésta que te devuelve al principio de los tiempos pero con un esqueleto de recuerdos sucios y desordenados que no valen ni para un arenga, ni siquiera para un tratado de ciencia ficción y menos para una biografía decente. Abocados al triste final, la de un niño torpe y cada vez más ignorante encerrado en un cuerpo que ya no funciona, que diría el amigo Fernando Fernán Gómez.
Estén donde estén los demás, que dice la voz popular, para salir airosa de la verdad pura y dura, pero eso ya lo saben, saben perfectamente que las matemáticas nunca han sido nuestro punto fuerte. Porque sólo en pensar en la curvatura del universo nos da dolor de cabeza.

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