20.10.07

Rafa Ferrándiz: Preguntas y respuestas




La pintura abstracta“ resulta, muchas de las veces, un impacto visual desconcertante para el “otro”, ese individuo, al que llamaremos “espectador” y que se encuentra al otro lado de cualquiera las deflagraciones que ha supuesto un cambio radical en historia de la interpretación pictórica de la realidad. No es de extrañar, pues, el estupor de los no entendidos, entre los que, lo confieso sin pudor, me encuentro.
Impelido por la necesidad de una explicación de lo que veo, pero también de lo que “no veo” he hurgado aquí y allá, como un pobre buscador de tesoros escondidos sin mapa, ni brújula. De algunas de las definiciones leídas, déjenme destacar la que expresa Susan Woodford en su libro “Cómo mirar un cuadro”.
Dice Woodford, refiriéndose a una pintura de Jackson Pollock (Ritmo otoñal, 1950): “No localizamos en él (cuadro) ningún aspecto reconocible del mundo que nos rodea; no hay ningún bisonte que capturar, ninguna historia religiosa que contar, ninguna compleja alegoría que desenmarañar. En cambio, (Pollock) deja constancia de la acción del propio pintor arrojando pintura al enorme lienzo para crear una estructura abstracta, animada y apasionante. ¿Cuál es el propósito de tal obra? Su intención es poner de manifiesto la actividad creativa y la evidente energía física del arista, informando así de la acción del cuerpo y su mente en el momento de emprender la producción de una pintura.”
“Cómo mirar un cuadro”, propone Woodford. De acuerdo. Nada que objetar, sino todo lo contrario. Pero permítaseme convertir esta proposición en una pregunta, para mí siempre inquietante aunque reveladora: ”¿Cómo responder a las preguntas de un cuadro?
Porque esa y no otra fue la pregunta a la que me condujo irremisiblemente la turbadora obra de Rafa. Quizás por eso, en mi primera percepción de sus pinturas, y en una reacción totalmente inesperada, me entraron unos deseos irresistibles de tocar la tela. Porque - pensé entonces - muchas veces la mirada no es suficiente. En la mayoría de los casos, jamás lo es. Claro que yo me hallaba ante una pantalla de ordenador y, por otra parte, en el museo me echarían los perros si intentara hacerlo, acercarme a tocar una pintura como si de un objeto inanimado se tratara.
Y fue entonces cuando descubrí, quizás demasiado obvio se dirá, no sin razón, que las pinturas de Rafa Ferrándiz me producían, sobre todo, sensaciones. Impetuosas y apasionadas sacudidas en el hueso sacro. Y fue en la emoción de ese diálogo sin texto donde hallé el camino de la emoción. Y también comprendí que cada una de sus obras, aparentemente anónimas, en el sentido de que no encuentras “aspectos reconocibles del mundo que nos rodea”, en cada color, en cada trazo estaba biografiado el espíritu del artista. De Rafa. Nada más próximo a una experiencia absolutamente personal. Y recordé, cómo no, sus propias palabras, las del autor, cuando me dijo en una ocasión: “Es como si en esos momentos, cuando agarras el pincel y te enfrentas a la precariedad de la tela desnuda, sin una idea determinada, te dieras cuenta de que sólo puedes esperar que la propia pintura te conduzca por el camino que ella misma dicte."

¡Qué mayor aventura que ésta! ¡Qué gran libertad! Y, a la vez, reconozcámoslo, qué búsqueda a ciegas, ésta en la que el hallazgo te elige a ti y no al revés. En la que resulta tan fácil pasar de perseguidor a perseguido.
“No puedo pasar sin pintar, y, a la vez, sin sufrir ante el lienzo en blanco”, me confesó el artista. Rafa Ferrándiz. Pintor. Un tipo que hurgando en sí mismo, de alguna manera, y puede que sin ser plenamente consciente de ello, acaba retratándonos a todos nosotros. Y también, creo yo, al mundo que nos rodea.
Rafael Ferrándiz. Pinturas. Galería Paspartu. Verdi, 25

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