Cuando los viejos se morían a una edad decente
Esto no me gusta nada. Envejecer es una cosa y entrar en el paraíso de los zombis es otra muy distinta. Cuando leo el titular de esos dos periódicos que, bajo la coartada de la renovación han perpetrado un proceso de ósmosis mutua realmente sorprendente (por lo descarado, por lo obvio), no sé muy bien si alegrarme o apenarme. En realidad, lo que me siento es amenazado. Vivir más tiempo es una cosa. Zambullirse en la niebla de la decrepitud y la senilidad y acabar de oficiante de espectro, eso es otra muy distinta.
La razón se disuelve con el tiempo. El amor nunca. Eso afirmaba algún poeta, cuando los viejos se morían a una edad decente, y a quien, lógicamente, no se le ocurrió que el tiempo tuviera que ver con la dignidad, tan preocupado estaba con la matraca del amor. Ahora ya no es la razón la que genera monstruos. Es la longevidad la que nos convierte en seres deformes y patibularios, arrastrando nuestros cuerpos sin mente (o nuestras mentes sin cuerpos) por los pasillos de las penitenciarias, oficialmente llamadas geriátricos y actualmente denominadas amablemente residencias.
Cuando hago mi entrada en la residencia donde se extingue la hermana de mi padre, el tétrico pesebre que contemplo me congela la sangre. El pelotón de cuidadoras, con esa alegría profesional (contra la que nada tengo, sino todo lo contrario), que contrasta con la taxidermia reinante, me estremece. Pulso el botón del timbre para que se abran las puertas del edificio. Las puertas cerradas, no sea que alguno de ellos, en un descuido, salga tan campante en busca de un pasado que ya no existe; o de un presente que tampoco le pertenece. Lo han perdido todo, su casa, sus pertenencias, incluso el afecto de sus seres queridos, porque en ocasiones, el afecto familiar es como una herencia que aceptas ejercer de buena gana. Los familiares, pues, que en muchos de los casos están deseosos de que acabe esta auténtica pesadilla gore. Porque no siempre es cierto, amigo poeta, que el amor nunca se extingue. Todo se acaba, o peor todavía, se desgasta, se descompone, se pudre. Todo menos el ácido desoxirrubonucleico. Misterios de la vida. Ese código de barras inerte que delata y acusa, tal como lo hiciera aquel famoso Je acusse de Emilio Zola.
De vez en cuando, mientras cruzo el vestíbulo, una mujer que se ha quedado extraviada entre los oscuros pasillos de su memoria, me pregunta:
- ¿Dónde está la puerta?
Y yo, experto ya en ésta y otras tramas de la tragedia, le respondo con otra pregunta:
- ¿Adónde quiere ir usted?
A casa, me responde. Quiero ir a casa, con mi mamá.
Y la primera vez se me nubló el alma, pero a todo se acostumbre uno, incluso al horror. Cómo decirle a esa nonagenaria que su cuerpo no era muy bien un cuerpo, que era un dibujo mal pintado, torpemente trazado, como realizado por una niña: sin guardar las normas de la perspectiva ni de la correspondencia de colores, dimensiones y distancias. Un dibujo sobre un trozo de papel, que se estaba borrando a marchas forzadas: cada vez un perfil de menos, un contorno borrado, un espacio en blanco donde debería haber unos ojos o una boca.
Cómo decirle que la vuelta al pasado (por el atajo hacia su madre, a su infancia, en definitiva) era una quimera. Que la ciencia le había jugado una mala pasada, que como los hígados, riñones, corazones y sangre sigan manteniéndose con el gota a gota de la pericia médica, ella será una más de las heroínas del milagro de la longevidad. Que saldrá – ahora ya anónimamente - en la portada de los periódicos como una esperanza (la esperanza de vida llega a los ochenta años).
Una broma pesada.
La vejez, fotografía de Marcelo AurelioNocturama Fotoblog
http://www.arte-redes.com/nocturama/?p=1118
La vejez, fotografía de Marcelo AurelioNocturama Fotoblog
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Etiquetas: crónicas
8 comentarios:
Me ha impresionado mucho este escrito, Arturo. Por supuesto, son cosas que conocemos, pero que en realidad queremos olvidar. Otra capa de la sociedad a la que todos perteneceremos algún día.
Bueno, bueno, que triste es la vida, y como duele el alma cuando tienes algun familiar en esta etapa de su vida. Tengo una tia a la cual visito cada semana, y cada semana se me rompe el corazón, y cada vez que la acaricio mas la quiero. Tengo que decir en contra de todo pronostico que cuanto mas le doy mas feliz la hago y mas feliz me siento. Dar es una buena terapia.
Arturo, tu texto sencillamente me ha encantado, pero vamos a buscarle la parte existencialista en positivo, yo voy a intentar dar todo lo que este en mi mano, no tengo nada mejor que hacer en esta vida, que dar cariño, compañia, amor a mi tia, que vive como puede, pero como todos, en una residencia. La vida no es nuestra unica dimension, aunque lo parezca, y no soy creyente, solo busco en el presente mi razon de ser.
Querida Rosa...
Pues sí. La cosa no es para lanzar las campanas al vuelo como hacen los mass media tan irresponsablemente. Yo, de momento, tras el “testamento vital” (que ya he hecho) voy a hacerme socio de la DMD (Asociación Derecho a Morir Dignamente: http://www.eutanasia.ws/dmdNoticias.html)
Ya te contaré...
Gracias por tu comentario
Un abrazo
Querida Bego...
Respeto infinitamente, como no podía ser menos, tu visión, bueno, más que visión, tu experiencia vital con respecto a este tema tan triste. Supongo que no se puede generalizar, y menos en estos temas. Lamentablemente mis experiencias no han sido tan “fructíferas” como la tuya. A mi tío (en coma total por una diabetes asquerosa) se pasaron semanas discutiendo sobre si había que hablarle o no, es decir, si nos escuchaba o no... Resultaba un tanto deprimente. En cuanto a mi tía, jura y perjura que cada noche pide a Dios que se la lleve, se pelea (insultos, empujones y escupitajos) con su compañera de habitación y cuando vamos a verla saca la parte más fea de su triste persona... En fin, Bego, que yo me hago de la DMD pero ya! Ya sabes, la Asociación Derecho a Morir Dignamente, a ver si encuentro la manera (ya sé que es muy difícil) de librarme de “salir” de esta vida por la puerta cutre
Gracias por el comentario
Besos
Este comentario es "flor de sal" Arturo.
Fastidiada, la cosa, por mucha asociación por una muerte digna en la que nos metamos. Ya no es tanto hablar de "esos viejos", esos otros, como de mirarse uno mismo en qué va a ir a parar, ¿no?
Mi encontronazo con el Altheimer y con las residencias me quitó de la cabeza, debo confesarlo, la inocente y literaria imagen esa de que iba a alejarme yo mismo a una residencia, para no dar la lata a los de mi entorno.
Llegué a ver directamente eso que tú pones por un párrafo de estos, de que el protagonista (el pobre protagonista) es robado de todo lo suyo: su casa, sus cosas, su intimidad, sus recuerdos,... hasta su autonomía y poder de decisión.
Pero eso no es lo que me tiró para atrás (aún podría irme con unas cuantas lecturas a ese retiro...), sino ver que realmente no hay, no puede haber atención para todo el mundo recluido (tú lo dejas muy claro, con esa pobre vieja que quiere escapar). Y se ven escenas demoledoras, que mejor no dejar aquí transcritas.
Mal asunto...
Un abrazo.
Gracias, Dampyr, y perdona el retraso en responder, pero he estado un tiempo “desenchufado” por motivos ajenos a mi voluntad, es decir, el ordenata había cascado...
Sí, es cierto, mal asunto, porque de aquí no se quiere ir nadie ya que estamos sumergidos en la cultura de la prolongación de la vida por cualquier medio y, además, nos hartamos de ver a la gente de la tele que... NO ENVEJECE, al contrario, cada vez más lozanos/as, menos arrugas. Esta kultura de zombis guapos / as es una matraca tal que cuando las neuronas se van por ahí, para no volver, ya no estamos a tiempo para nada. ¡OH Fatalidad! Claro que siempre nos quedará el Dr. Strangelove. Quizás nos eche una mano, je, je...
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