4.12.07

Cuando los dinosaurios poblaban la tierra…

Sé que mis orígenes plebeyos me delatan, que nunca seré ni patricio ni filósofo. Aunque haya instantes en que recuerde, no sin nostalgia, épocas pasadas que nunca volverán y en las que la vida era un álbum de cromos, hecho de Grandes Momentos Hermosos. Y sé perfectamente que esos recuerdos no son míos. Y aunque a veces me diga, como consuelo, que tal vez se correspondan con alguna de mis vidas anteriores, por aquí donde ando no hay manera de que nadie, yo el primero, lo confieso, se trague tamaña bola. ¿Cómo fue posible, pues? ¿Por qué sólo los artistas y plebeyos recordamos la edad de la inocencia con nostalgia y cariño? Desde el Señor Platón, hasta el simpático Bertrand Rusell, filósofos y patricios han buscado inútilmente la edad de la inocencia, con la herramienta errónea de la razón y un afán que sólo la existencia de la muerte explica. ¿Con qué autoridad les dice uno que la inocencia sólo existe fuera de lo humano, es decir fuera del pensamiento? Que su vehemencia en reclamar el paraíso perdido y en condenar la violencia se trata de acto de rebeldía contra su propia naturaleza. Ahora que para mí todo tiene sentido, desde el silencio de José Luís hasta un planeta permanentemente (¿y esta perseverancia no debería darnos alguna pista?) enzarzado en el discurso de la violencia, además del extraño fenómeno de que al ser humano se le haya dado el “privilegio”, por motivos que, definitivamente, se me escapan y, a la vez, me admiran, de creerse que es algo más que un depredador que habla, y por lo tanto, piensa.
Un depredador más eficaz, en definitiva. Ahora que los años me conducen inevitablemente a la constancia de la eterna contradicción (y lucha) del ser humano, entre el malestar de la moral que él mismo ha construido y su propia naturaleza, que la antecede y determina, ahora que su concepción del bien y del mal, abstracción donde las haya, se me ha quedado definitivamente estancada en mi “Colección de Cromos”, y que ”el fascículo” de la ilustración, con todos las objeciones que se quiera, quizás está resultando el momento más hermoso del viejo homo erectus, mi perplejidad sólo tiene el límite de mi propia perdurabilidad.Mi estupefacción, pues, ya no es el producto de una percepción ingenua de la historia y del devenir, sino la aceptación de una realidad, que el invento de la luz eléctrica y la anestesia, por poner dos ejemplos que nunca dejarán de sorprenderme, ni quita ni añade. "Lo cortés no quita lo valiente", como afirman algunos petimetres, reyes, "comandantes" y ex presidentes incluidos. Otro ejemplo, por cierto, de la poca fiabilidad del ser humano. O no hay mal que por bien no venga, como dijera ese dictador que dejó nuestra reciente historia hecha unos zorros. Y por extensión, ¿cómo pueden hablar de esto y de aquello, y del orgullo patrio, una especie que no ha alcanzado todavía ni la mitad de la existencia de los dinosaurios?

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