2.5.06

Demarcación



“Demarcación” fue una palabra elegida al azar, una contraseña, un santo y seña en el argot guerrero. Una consigna un tanto extravagante, si se quiere. Se le ocurrió al gran piojoso.
El piojoso era el segundo en la escala de mando del pelotón de Steiner en La cruz de hierro, película de Sam Peckinpack. James Coburn es Steiner (de largo su mejor interpretación) en una de esos raros y valientes films bélicos en los que el virtuosismo de la acción, siempre tan atractiva en Peckinpack, se convierte aquí en un doble discurso en el acaba predominando la náusea ante la carnicería de las guerras y sus miserables intereses. Fiel reflejo, por otra parte del lado oscuro del ser humano, del poder en sus múltiples variantes y de las abstracciones más nauseabundas, en las que se esconde y a las que utiliza sin escrúpulo alguno, provocando como resultado de todo ello que te quedes agarrado al sofá de tu casa como si de una silla eléctrica se tratara. Y eso, por mucho que los beatos del Dry Martini afirmen que la violencia es consustancial al ser humano.
Lo que más le repugna de la violencia a Manuel, sin embargo, es la dosis de humillación que conlleva. Mucho cardigan – le dice a Elena - en esos hombres del traje azul y mucho palique en esas señoras que uno no sabe muy bien si son esposas o amantes, porque lo uno, a esas edades roñosas, nada tiene que ver con lo otro.
No pasa un mes sin que Manuel y Elena se dejen caer por el Dry Martini. Esas estanterías del vestíbulo, repletas de botellas de whisky y licores de todas clases siempre les han evocado las de una librería. Y sus etiquetas podrían aparentar fácilmente las de una biblioteca. Un conjunto, el del imaginario Dry Martini, que resumen sus placeres favoritos: un buen libro, un cocktail, de champan si puede ser, un cigarrillo humeante y la mutua compañía.
La cruz de hierro es una película que cuenta las peripecias de un pelotón alemán en la fase agónica de la batalla de Stalingrado, al mando del sargento Steiner. Un poco al estilo de las novelas de Sven Hassel, un maestro del género (publicado aquí por la editorial El Ciervo), al que ya nadie recuerda.
El pelotón de Steiner quedó atrapado en zona rusa. Lo cierto es que en Stalingrado la supuesta línea del frente acabó siendo algo subjetivo. La batalla podía estar a tu espalda, en los ojos del enemigo antes de dispararte. Steiner y su pelotón se afanaban para regresar a su lado de la trinchera (y quizás por eso lo de la ocurrencia del piojoso, demarcación), porque el ser humano no es nada sin su territorio, y en algún lugar tiene que haber esa línea – imaginaria o no – que separa a los unos de los otros. Ellos no sabían, sin embargo, que allí les esperaba el odiado Stransky (un producto genuino de la aristocracia prusiana; soberbia interpretación, por cierto, de Maximiliam Schell) cuya obsesión era conseguir la Cruz de Hierro.
- Como nuestro Dry Martini – apuntilló Elena, sonriendo, mientras encendía un Lucky Street.
- Sí, como esto – respondó Manuel, asintiendo con los ojos, mientras le pedía al camarero dos cocktails de champán con azúcar en los bordes.
- A ver, una contraseña - , preguntó Steiner.
- ¿Demarcación? -, soltó el piojoso, mascullando entre dientes, como si la cosa no fuera con él.
Steiner ni pestañeó.
- ¿Por qué no? Sea. Demarcación.
Demarcación es una palabra arbitraria. Se le ocurrió al piojoso así de pronto. Palabra arbitraria como casi todos los signos, que diría Saussure. Las estrellas son estrellas porque decidimos llamarlas así. Se colocan en la ventana y se pegan como huellas de palomas y simulan la pereza del tiempo pero también la del Universo, tan tonto él, tan ahí arriba (y abajo) y tan hilarantemente infinito. Tan insustancial. Como esperando no se sabe qué.
La tristeza es un estado crepuscular, básicamente endógeno, específico y privativo de quienes la sienten. Y será por eso que uno acaba por no saber si se trata de una fiebre contagiosa, puro ascendente genético o una adicción, es decir, un vicio adquirido, porque ya se sabe que sarna con gusto no mata. Hay personas que se provocan el llanto para desahogarse. Y aún así, sobrevivimos de alegrías limitadas, de un tresillo y un libro y una lamparita, una televisión, una caricia, una tarde, un beso, una ventana...Steiner gritó el santo y seña, Demarcación, pero el capitán Stransky ya había dado la orden de disparar a matar. ¡Son rusos disfrazados de los nuestros!, aseguró a los soldados apostados en la trinchera. Se cargaron a todo el pelotón.
- Bang, Bang, Bang...
Y así, cuando sus camaradas los reconocieron (¡Es Steiner! ¡Es Steiner!) ya era demasiado tarde. Estaban todos muertos. Todos menos Steiner, que dando un salto de rabia aterrizó en el barrizal de la trinchera y descargó su arma, hasta la última bala, sobre Kruger, el lacayo de Stransky.
- Y es entonces – le dijo Elena, invitándole a seguir, ofreciéndose a acompañarle en el tramo final del relato, como sabiendo ya de siempre su significado.
Y fue entonces cuando Manuel descubrió, después de tantos años, que estaba cómodamente instalado en una trinchera desguarnecida. Que llevaba, no días, sino meses y años tratando de encontrar el valor de decirle a Elena, de decirse a mí mismo, que nadie ni nada llegaría para salvarlos de su propia trampa, que su relación ya no era ni siquiera una zanja desde donde resistir las embestidas de la soledad. Que se habían quedado sin víveres, ni munición. Que, como Steiner y el Piojoso estaban destinados a perecer. Que ahí fuera esperaba su propio fracaso, cimentado por sucesivas derrotas no aceptadas, mal digeridas.
Nada menos que Stransky y Kruger esperando ahí fuera, dispuestos a asesinarlos por casi nada, ni siquiera por una maldita cruz de hierro.
La cruz de hierro (Cross of Iron, 1977), Sam Peckinpah, Reino Unido-Alemania-Yugoslavia, 1977. Según la novela de Willi Heinrich, The Willing Flesh. James Coburn (Sargento Rolf Steiner), Maximiliam Schell (Capitán Stransky), James Mason (Coronel Brandt), David Warner (Capitán Kiesel), Klaus Löwitsch (Kruger), Vadim Glowna (Kern), Roger Fritz (Triebig), Dieter Schidor (Anselm), Burkhard Driest (Magg), Fred Stillkrauth (Schnurrbart), Michael Nowka (Dietz), Véronique Vendell (Marga), Arthur Brauss (Zoll), Senta Berger (Eva).

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