Mi buzón se abre al revés
Mi buzón se abre al revés. ¡Que no es broma! Le insisto a la Presidenta de la Comunidad de Vecinos mientras ella se disculpa y se ríe, aunque más lo segundo que lo primero. Fue una confusión del operario – me responde - y, claro, no íbamos a gastarnos un pastón para poner otros de nuevos.
Y al fin y al cabo, me digo yo, qué importan unas genuflexiones de más, a las diez de la noche, cuando toda la maraña de papelotes se me cae de las manos, en pleno vestíbulo de la finca, mientras me dejo el aliento procurando que la dichosa tapa no me pille los dedos.
Todo lo contrario de Franz Kafka, el escritor checo, a quien le tenían sin cuidado las características de los buzones. En esto de la correspondencia, el autor de La metamorfosis, se ensañaba con su novia explicándole, con pelos y señales, su teoría del género epistolario en general y del romántico en particular: Echaré esta carta al buzón tal como es, porque me hace sufrir el que no haya al menos una carta mía en camino hacia usted. Su novia, Felice, de la que, sospecho, nunca estuvo verdaderamente enamorado, hacía el afligido papel de la musa de circunstancias. Porque, en definitiva, a alguien debía enviarle Franz sus ejercicios de desesperación, sus Cartas a Felice Bauer. Pues a ella, claro está. Dos volúmenes. Casi nunca aconsejo a nadie su lectura. No quiero problemas de conciencia.
¡Ah, las cartas! Abro el buzón (es un decir, bajo la rampa de descarga, sería la frase más adecuada) cada noche. Es un acto premeditado y consciente, ya que vengo del garaje y me paro expresamente en la planta baja para recoger la correspondencia. Para encontrar, todo sea dicho, el buzón invadido por el dichoso correo comercial.
Aunque otras veces sea al revés:
Todo lo contrario de Franz Kafka, el escritor checo, a quien le tenían sin cuidado las características de los buzones. En esto de la correspondencia, el autor de La metamorfosis, se ensañaba con su novia explicándole, con pelos y señales, su teoría del género epistolario en general y del romántico en particular: Echaré esta carta al buzón tal como es, porque me hace sufrir el que no haya al menos una carta mía en camino hacia usted. Su novia, Felice, de la que, sospecho, nunca estuvo verdaderamente enamorado, hacía el afligido papel de la musa de circunstancias. Porque, en definitiva, a alguien debía enviarle Franz sus ejercicios de desesperación, sus Cartas a Felice Bauer. Pues a ella, claro está. Dos volúmenes. Casi nunca aconsejo a nadie su lectura. No quiero problemas de conciencia.
¡Ah, las cartas! Abro el buzón (es un decir, bajo la rampa de descarga, sería la frase más adecuada) cada noche. Es un acto premeditado y consciente, ya que vengo del garaje y me paro expresamente en la planta baja para recoger la correspondencia. Para encontrar, todo sea dicho, el buzón invadido por el dichoso correo comercial.
Aunque otras veces sea al revés:
- Ñaaaaaaaac (el interfono)
- ¿Sí?
- Correo comerciaaaaaaaal
- Meeeeeeeec (abriendo puerta)Recuerdo aquellas maravillosas cartas de mis familiares lejanos. ¿Cómo estáis de salud? Por aquí, nosotros muy bien, a Dios gracias, aunque el tiempo no acompaña. A Juanita, la del posadero, le ha parido la vaca. Y José, el de Ponzano, se ha muerto de repente. Los del cochero han perdido toda la cosecha de almendras por la tremenda helada. Etcétera. Aquellas cartas del pueblo llegaban repletas de faltas de ortografía. Cada palabra parecía más bien caricaturizada que escrita, criptográfica toda ella, tambaleándose como una balsa en el océano de la distancia. Y uno no podía menos que imaginarse a esa buena mujer afanándose con el bolígrafo, absolutamente concentrada en la tarea de escribir a su sobrina de Barcelona, moviendo torpemente su mano a la luz del fuego del hogar. De la misma chimenea por la que yo rondaba y brincaba en vacaciones y con pantalones cortos.
Se me escapa una sonrisa ante un imaginario: el de los reclutas en los cibercafés, tecleando su carta diaria a la novia; costumbre atávica y, sin embargo, extinguida.
Ahora tenemos otros dioses. Los de la comunicación electrónica, por ejemplo. Y porque no soy nada distinto a los demás, arranco el ordenador y abro mis e-mails, algunos de ellos dirigidos a una abrumadora lista de múltiples destinatarios (es decir, confundiéndole a uno con una multitud de desconocidos), avisando del último modelo de virus, generalmente con un apellido estrafalario. No sé, uno encuentra cosas la mar de sugerentes, incluyendo grabaciones radiofónicas y chistes gráficos condensados en documentos que, con cierta frecuencia, no puedo abrir porque no tengo el puñetero programa... O pidiendo firmas de solidaridad: Envíaselo a tus amigos. No rompas la cadena. ¡Sólo es un minuto de reloj! Dicen.
Y también encuentro faltas de ortografía, aunque ahora se deban mayormente a la prisa, al ansia de brevedad o a la simple falta de costumbre (o temor) del personal en explayarse mediante la escritura. Toda una tendencia demoledora que hace que, de vez en cuando, termine añorando la sencilla magia de un sobre caído del buzón. De un sello con su matasellos. De una mano con su afilado abrecartas. De una botella con un mensaje en su interior. De un náufrago con otro náufrago.
Ahora tenemos otros dioses. Los de la comunicación electrónica, por ejemplo. Y porque no soy nada distinto a los demás, arranco el ordenador y abro mis e-mails, algunos de ellos dirigidos a una abrumadora lista de múltiples destinatarios (es decir, confundiéndole a uno con una multitud de desconocidos), avisando del último modelo de virus, generalmente con un apellido estrafalario. No sé, uno encuentra cosas la mar de sugerentes, incluyendo grabaciones radiofónicas y chistes gráficos condensados en documentos que, con cierta frecuencia, no puedo abrir porque no tengo el puñetero programa... O pidiendo firmas de solidaridad: Envíaselo a tus amigos. No rompas la cadena. ¡Sólo es un minuto de reloj! Dicen.
Y también encuentro faltas de ortografía, aunque ahora se deban mayormente a la prisa, al ansia de brevedad o a la simple falta de costumbre (o temor) del personal en explayarse mediante la escritura. Toda una tendencia demoledora que hace que, de vez en cuando, termine añorando la sencilla magia de un sobre caído del buzón. De un sello con su matasellos. De una mano con su afilado abrecartas. De una botella con un mensaje en su interior. De un náufrago con otro náufrago.
Franz Kafka: Diarios (1910-1923)
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4 comentarios:
...y poder llegar a leer el matasellos:
¡Ajá! ¡De Medina de Rioseco!
Un mundo que llega hasta tu buzón, para que te lo lleves a tu casa.
A mí me encantan las postales antiguas blanco y negro. Tengo un cajón lleno de ellas, de vez en cuando selecciono alguna (cuál va a gustarle? etc) y la envío a alguna persona especial. No a todo el mundo, por supuesto, personas que entiendan estas cosas.
Si quieres puedo enviarte una postal con "magia", desde el país sin montañas -ya sabes- con un sello extranjero.
Cierto popaul... Más de una vez me he dejado los ojos intentando descifrar ese matasellos cuya imagen vaga y diluida me hace pensar que al funcionario de correos le faltaba tinta en su tampón o, sencillamente. era falta de corazón y energía.
[Sé de lo que hablo. Fui funcionario interino de correos, pero esa es otra historia]
zwaan... me encantaría recibir esa postal.
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