13.1.10

Primo Levi: Si esto es un hombre


Cuando era joven utilizaba la palabra "nunca" para banalidades. “Esa chica nunca será para mí”, “Nunca aprobaré el bachillerato” y cosas por el estilo. Ahora sigo haciendo prácticamente lo mismo. También pensaba que al hacerme mayor entendería mejor algunas cosas. No parecía un mal punto de partida, y esta vez la premonición –o el deseo- ha dado mejores resultados. Y por eso mismo, cada vez me parece mas banal esa afirmación categórica –que muchos aceptan, por puro esnobismo- de que “cuanto mas se, mas me doy cuenta que no se nada.”

Cuán cierto es que nunca apreciamos las cosas hasta que hemos de pasar sin ellas. A mí me pasó con la filosofía. A todos nos gusta empezar por lo grande. ¿Resultados? Nada relevante, como dicen en las teleseries. En este mundo pervive la matraca del viejo sistema “pez grande se come al pez chico” que, por supuesto, es lo mas parecido al capitalismo. Y que, a su vez, es lo único que nos queda, dijo con una resignación -que llegó a estremecerme- un viejo comunista, que se había pasado 15 ó 20 años en prisión, en el documental de Albert Solé, hijo de Solé Tura. Mientras, los políticos y derivados ya no mencionan ni una sola vez que el futuro esta en la juventud (¿recordáis?) y la destartalada utopía se ha reducido al túnel de auto-lavado de la experiencia personal. Nada es tan “relevante” como lo experimentado. Estar a bien con uno mismo, ese es el gran descubrimiento, procedente como no, de Oriente. Como la pólvora y la seda. Al fin al cabo ya lo dijo un atormentado Primo Levi, “Si esto es el hombre”, apaga y vámonos.
Escribió Primo Levi:Hasta que un día no tenga sentido decir mañana. Aquí es así. ¿Sabéis cómo se dice ’nunca’ en la jerga del campo? Morgen früb, mañana por la mañana.”

El 1 de febrero de 1945, en Auswitzh, los descendientes de Goethe tenían previsto iniciar la fabricación de plástico. El ejército ruso se encontraba a ochenta kilómetros y ellos seguían planificando el futuro y aplicándose en realizar bien su trabajo. Este hecho, la compatibilidad de lo que consideramos crueldad y, a la vez, el desapego -por no llamarlo indiferencia- de la disciplina germana del “trabajo bien hecho”, ese fenómeno que Ana Arendt denominó lucidamente “la banalidad del mal” (1) nunca ha dejado de asombrarme, ni de ayudarme a encontrar, sino respuestas, sí al menos conclusiones razonables (?) sobre algunas de las preguntas fundamentales, si es que las hay. Como la de ¿qué es el hombre?
El número 174517 de Auschwitz, respondió en parte a esta pregunta en su libro “Si esto es el hombre” (2), aunque lo hiciera en un condicional que muy bien podría haberse ahorrado. Lo cierto es que, después de un año interminable en un campo de exterminio –propongo-, uno puede llegar a cualquier conclusión, que nadie vendrá a pedirle cuentas. Por otra parte, Eichmann manifestó, en el juicio al que le condujo su sonado secuestro (lo cuenta Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén), que no eran campos de “exterminio”, que simplemente era un aparcamiento. El número 174517 jamás se recuperó de tal desatino.

La tragedia de Primo Levi, y de tantos otros que intentaron dar testimonio personal de su experiencia en los campos de exterminio nazis es que solo pudieron hacerlo hablando de los supervivientes. La verdadera tragedia fue precisamente –por paradójico que parezca- haber sobrevivido al horror y el sentimiento de culpabilidad que ese hecho supuso y que les hostigó durante el resto de su vida. "Todo culpable se hunde cada vez más en su culpa” escribió Kafka a Felice Bauer. La culpabilidad, sin ser judío pero sí heredero, mal me pese, de la cultura judeocristiana, no me parece mal como referente límite. Levi –decía siempre- procuró ejercer más de testigo de cargo que de juez. Todo inútil, La culpabilidad acaba corroyendo como la carcoma. Levi acabo suicidándose cuando ya no le quedaban palabras. Aunque nadie había dicho que la vida era perfecta.

Porque otra pregunta interesante es: ¿Se puede ser libre bajo el peso de la vergüenza? (3) De la vergüenza de ser un privilegiado. Si, los privilegiados, los colaboradores: aquellos que por cualquier habilidad, profesión o destreza resultaban útiles a los verdugos. Es decir, los “rentables”, los “sobornados”, los que podían almacenar su cuarto de pan para comerciar, los listos, los pícaros... ¿Qué haces cruzando la puerta de la libertad bajo el peso de la vergüenza de haber sobrevivido a la aniquilación? ¿Cómo te las arreglas para empezar otra vez, para aprender otra vez a coger el tenedor, a catar un buen vino, a leer un libro, a decir “buenos días” cada mañana al salir de casa y encontrarte con un vecino en el ascensor, a afeitarte como tal cosa, con ese cáncer de piel que muchos llaman memoria, con tanto humo saliendo de las chimeneas, con tanta ceniza cubriendo tu sofá y tu mecedora, con tanto montón de dentaduras, dientes de oro y tanto cúmulo de gafas llenando los pasillos de tu casa, los andenes del metro, obstaculizando no sólo las palabras sino también, y sobre todo, los sentimientos? ¿Cómo te las arreglas para construir una conversación que no apeste a cadáver? ¿Cómo olvidar a cada uno de los que murieron en tu lugar, a cada hundido que murió para que tú pudieras convertirte en un salvado? (4)

(1) Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Hannah Arendt. Trad. de Carlos Ribalta. Barcelona, Lumen, 1967, 1999, 2003 ISBN 978-84-264-1345-1 (Eichmann in Jerusalén: a Report on the Banality of Evil, en la revista New Yorker)).
(2) Si esto es un hombre, Muchnik editores, 1987. Traduc. de Pilar Gómez Bedate (reediciones en 1998 y 2002)
(3) La tregua, Muchnik editores, 1988. Traduc. de Pilar Gómez Bedate (reediciones en 2001 y 2002)
(4) Los hundidos y los salvados, Muchnik editores, 1989. Traduc. de Pilar Gómez Bedate (reediciones en 2000 y 2002)

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